El caso es que estaba yo corriendo por el Paseo del Manzanares (hay que empezar la operación biquini, que si no me canso a la semana como siempre) y para no aburrirme iba con la música a tope y cantando de vez en cuando, por lo que, como supongo que es normal, la gente me miraba pensado que debía estar como una regadera. Pero bueno, llega un momento que te da igual, y de hecho te hace gracia, o al menos a mí me parecía muy divertido ver las caras de la gente mirándome con desaprobación o como si fuera una rareza (la calle ya no es lo que era, no se puede ni cantar -.-). Así que cuanta más gente se me quedaba mirando más sonreía yo, y al llegar a la altura de Príncipe Pío paré un poco a descansar. Debía estar cantando por lo bajini mientras recuperaba el aliento y una niña muy chiquitita, de unos 3 añines se me acercó dando palmas. Entonces me di cuenta de que estaba cantando más alto de lo que yo pensaba, pero lo que más me llamó la atención fue que la atrevida niña se me acercó con una gran sonrisa en la cara, quería unirse. Entonces empecé a comparar en mi cabeza todas las caras que había ido viendo desde que salí de casa y ninguna se le parecía. Parece que al ser pequeños no tenemos vergüenza alguna, y según crecemos empezamos a marcarnos unos límites y a cercar lo que "se debe hacer". Pero ir por la calle saltando no es malo, ir alegre con tus amigos medio bailando tampoco y cantar menos aún.
.jpg)
Ahí estamos rubia ;)
ResponderEliminar;)
ResponderEliminar